La ilusión es recíproca
¿Cómo cuidan los ciclistas del Equipo Kern Pharma a la base del ciclismo?
Todo empieza con una bicicleta. A veces está junto al árbol de Navidad; en otras ocasiones, abandonada en el garaje o el trastero. La cuestión es que un día es descubierta por un chaval que comienza a pasar las tardes con ella, las cortas de invierno y las eternas de verano, hasta que un día su afición pide un paso más. Es entonces cuando entran en escena los clubes: asociaciones, casi siempre sin ánimo de lucro, que enseñan a los niños a montar en bicicleta y, eventualmente, competir. Algunos, los elegidos, llegan a la élite. Sin embargo, aunque a diario utilicen un bicho de miles de euros, cambio electrónico y ruedas de perfil alto, jamás olvidarán esa bicicleta del árbol o del trastero, ni ese club con el que se pusieron el primer dorsal.
“Yo me inicié en el ciclismo muy pequeño, creo que en el segundo año de Infantiles, en el Viveros San Antón de Zumaia”, recuerda Jon Agirre. “Yo en el Club Ciclista Ardoiz de Zizur, que pillaba cerca del trabajo a mi madre, en Promesas, que era la primera categoría posible”, cuenta Urko Berrade; “luego pasé al Club Ciclista Ermitagaña”. En este último se vistió por primera vez con el ‘rosa’ de Lizarte, en categoría juvenil, antes de pasar al conjunto sub23 gestionado por la Asociación Deportiva Galibier y patrocinado también por la firma navarra de recambios para automoción a partir del cual nació el Equipo Kern Pharma.
Ambos ciclistas del Equipo Kern Pharma continúan en contacto con sus clubes primigenios y tratan de compartir pedaladas con las nuevas generaciones de los mismos. “Cuando puedo y estoy libre, procuro entrenar con los chavales”, explica Jon Agirre. ¿Por qué? “Para que aprenden lo que yo he aprendido estos años y quieran ser ciclistas ellos también”. “A mí me hacen bastante gracia porque me recuerdan a mí con su edad”, dice Urko Berrade. “Los hay cortadísimos, que no te hablan ni aunque estés a su par, y muy lanzados, que te preguntan de todo. Yo trato de contarles cosas, de resolver sus dudas, porque recuerdo cuando en su día venía un Imanol Erviti a rodar con mi equipo de Cadetes y me quedaba impresionado”. “Los míos se sorprenden de la cantidad de kilómetros que hacemos. Me preguntan cómo podemos estar cinco horas sobre la bicicleta si ellos después de una hora están reventados”, ríe Agirre.
Un buen ejemplo de lo que puede suponer para un niño compartir un momento con un corredor profesional es Pau Miquel. “Empecé en el ciclismo con 12 años, compaginándolo con el baloncesto, en la escuela MTB de Sabadell”, explica. “Luego pasé al Sagalés de la Unió Ciclista Vilanova, dirigido por Paco Gálvez”. Y eligió un referente: Marc Soler. “Él había estado en mi club y quise seguir sus pasos uno por uno”. De hecho, su trayectoria fue calcada: de la UC Vilanova pasó al Club Ciclista Barbastro, donde completó con brillantez su paso por la categoría juvenil antes de vivir la sub23 en el Equipo Lizarte, raíz del Equipo Kern Pharma. Ahora experimenta el otro lado de la moneda. “Empiezo a ser consciente de que yo soy un referente para esos chavales jóvenes que persiguen el mismo sueño que yo, e intento ser muy cercano a esos chicos y chicas para que vean es posible hacerlo realidad”.
Un paso más allá ha ido Héctor Carretero. El futuro ciclista del Equipo Kern Pharma tomó hace dos años las riendas de la Escuela Ciclista Albacete en la que conoció nuestro deporte con sólo 8 años. “El ciclismo estaba decayendo en mi zona y quise devolverle todo lo que me había dado”, explica el manchego. “Estamos muy contentos de haber relanzado la escuela. Hemos pasado de tener cuatro chavales, literalmente, a los veinte que hay ahora. Además hay más carreras y notamos que la afición está subiendo poco a poco”. ¿Y qué le aporta a un profesional tener una escuela ciclista? “Alegría y felicidad. Los chicos se ilusionan y esa ilusión es recíproca, se contagia, me hacen ilusionarme a mí”.
“Es muy importante que apoyemos a la base porque, sin ella, no habrá generaciones de nuevos ciclistas”, afirma Jon Agirre. “En mi caso, si no llego a tener un club ciclista cerca de casa, difícilmente se me hubiera ocurrido dedicarme al ciclismo. Me hubiera apuntado a fútbol, o a baloncesto”. Comparte parecer Urko Berrade. “Si no hubiera estado a gusto en mis clubes, me hubiera quedado en la cama o me hubiera decantado por un deporte más sencillo. Me hicieron más fácil el trayecto al ciclismo profesional y por ello les estoy muy agradecido”. “Es muy difícil que un niño de escuelas llegue a profesional”, acepta Héctor Carretero, “pero lo menos que podemos hacer los profesionales es garantizar que esos niños tengan la oportunidad que tuvimos nosotros. Mantener vivos los clubes y escuelas es necesario para que el ciclismo tenga futuro. Las casas se construyen por los cimientos, y no por el tejado”.
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